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HOLA SOY FLAVIA PEGUERO. LES PRESENTO EL BLOG.

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San Cristóbal, Dominican Republic
Soy una persona alegre,casada con una gran familia, disfruto de la vida...me gusta soñar para lograr realidades.

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viernes, 27 de mayo de 2016

EL REGALO EXPLOSIVO Y LOS ZAPATOS GAMBADOS.

   El viernes en la mañana llegó a la casa en un camión de carga, una caja muy grande con un lazo que decía "para la Señora de la casa". Todos corrimos con gran curiosidad a ver el contenido de esa enorme caja. Papá abrió y desarmó la caja que estaba sujeta por grandes grapas de cobre y la sonrisa de mi madre no pudo ser mas amplia. Ahí estaba su cocina o estufa grande con reloj, horno con luz, cuatro hornillas, dos grandes y dos pequeñas. Mi padre que era un hombre muy fuerte, con gran esfuerzo y sin ayuda la colocó en el espacio que ocupaba la antigua y pequeña estufa Lorena de tres hornillas sin horno. Todos estábamos felices, ya no tendríamos que ir a la panadería, papá y mamá hornearán nuestro pan, tartas de maicena, asados y muchas otras ricuras que las mujeres compartían unas con otras como sus recetas favoritas. Aunque debo admitir que el mejor cocinero era mi padre, que aun teniendo en casa una cocinera, en los días especiales no la quería en la cocina a no ser para lavar los platos, según él ella solo sabía hacer arroz, granos y carne con el mismo sabor.
    Ahora viene la parte interesante, ya les cuento. Nadie tenía una estufa de esas en la armería, nuestro barrio, cuyo nombre se debía a que se encontraba en el área de la fábrica de armas, de la cual mi padre era el director e ingeniero técnico. Era una cocina de hidrogás, según escuche decir a mi padre. La anterior que recuerdo muy bien, tenía cuatro patas de metal, era esmaltada de color blanco y parecía una mesa estrecha y pequeña, utilizaba otro tipo de gas, almacenado en una botella grande de cristal montado en uno de sus laterales y las hornillas encendían con un cerillo. Luego con mucha paciencia mi madre debía graduar hasta alcanzar que la llama amarilla pasara a ser azulada porque de no hacer esto, el hollín que despedía ponía negras las ollas. La cocina nueva era diferente no necesitaba cerillos para el encendido, papá levantó la tapa superior, con un cerillo flameó los quemadores que permanecerían encendidos siempre, para que las hornillas pudieran encender automáticamente al girar el botón que abría la válvula permitiendo pasar el gas. Pero el quemador del horno era otra cosa,  primero debía abrirse una válvula y luego colocar el cerillo en el quemador.
    Mamá tenía listo un pato para hornear y papá debía encender el horno. Todo marchaba de maravillas hasta que... PUM!!! la explosión retumbó en el vecindario. Todos corrieron, a mi me pareció que saltaron volando hacia el patio y mi madre gritó a mi padre.   
     - ¿Estás bien?
    La tía Maruja gritó.
    - !Santísimo!
    Doña María movía sus labios sin que saliera palabra alguna de su boca. Yo que curioseaba lo que hacía mi padre, no se como es que estaba atada a la falda de mi madre temblando y al igual que ella pálida del susto, que al tiempo que me miraba de arriba abajo, me tocaba por todo el cuerpo como si tratara de comprobar que aun estaba entera y viva, me reclamaba el porqué siempre tengo que estar en el medio.
     Pero eso no fue todo, los vecinos también corrieron, una de ellas la vecina abuela que colinda con nuestra casa y que conocíamos como vocinglera, se le escuchó vocear como siempre cuando gritó.
    - ¿Y ahora! que habrán hecho esos locos?
    En tanto todo el gran susto provocado por la explosión evocaba las exclamaciones anteriores y la palidez de blancos y negros, papá había corrido a cerrar la válvula del gas. Entonces mi madre y con ella todos, respiramos para botar el espanto, papá volvió a entrar a la cocina no sin antes preguntar.
    - ¿Dónde están las niñas?
   Levanté mis manos y mi hermana también. El bebé, mi hermano menor que despertó con la explosión lloraba desesperado. Todo estaba bien, mi padre agradeció a los vecinos su preocupación y los tranquilizó diciendo... "no hay nada que lamentar, todo está bien".
   Lo que pasó luego fue cómico, todos mirábamos a mi padre entre asombrados y aguantando una risotada que nadie pudo evitar, explotando en un coro de carcajadas en medio del llanto del bebé. Mi padre también rió de buena gana, sus cejas, pestañas y sus cabellos castaños, antes bien peinados hacia atrás y pegados como siempre con la brillantina Barón of Yardley, ahora estaban alborotados y amarillos. Se chamuscaron con la explosión, y realmente se veía simpático, de dar risas y nuevamente la abuela, nuestra vecina hizo su comentario.
     - Si no lo digo yo, esos vecinos son locos! oigan eso, ahora se ríen!
    Nuestra vecina era sorda, por lo que no sabía hablar en tono bajo. Eran dos abuelos a los que sus nietos llamaban Mamaya y Papayo, a mi me provocaba mucha risa esos nombres y el problema de que eran sordos. Mi madre decía de manera jocosa que ellos escuchaban lo que les convenía, pero esa explosión fue tan fuerte que ni a los sordos les pasaría desapercibida.
     Luego, ya tranquilos y relajados de tanto reír, escuchamos todos la explicación técnica de mi padre acerca de la explosión. Explicó que él perdió tiempo con la válvula del gas abierta y este había inundado el horno y al encender el cerillo, el gas hizo contacto y provocó la ruidosa llamarada que chamuscó todo lo era pelo en su cuerpo, pues también la abundante vellosidad de sus brazos desapareció y al parecer fue una suerte que no se quemó su piel.
    Esa noche cenamos pato al horno con papas gratinadas. La cena además de rica fue divertida, nadie podía evitar reír cuando miraba a mi padre. Su cabello ahora corto al borde de la frente y las sienes, no le valió brillantina, se quedaron tensos como alambres rebeldes y se parecía a Lorenzo el esposo de Pepita, los personajes de una revista cómica muy popular de la época.
      La cocina nueva se convirtió en el regalo explosivo de mi padre para mi madre. Fue con motivo de su aniversario e hizo que el gusto por la cocina le pegara fuerte a mi madre, porque a partir de ahí nuestras comidas eran especialidades y ricuras culinarias de un gran libro de recetas regalo de la señora Bertha, una estupenda cocinera madre de mi amiga Rossalin.
     Al otro día mi madre salió temprano con mi padre, ella iría al salón de Los Españoles para hacerse un corte de pelo y mi padre también fue a buscar solución al desastre que el regalo explosivo dejó en su cabeza. Esa noche irían al Cony Island a disfrutar de una presentación artística y a bailar. Llegada la noche, estarían listos y muy guapos. A mi madre le recortaron su hermosa y larga cabellera tan negra como el azabache y ahora lucía una corta melena sobre los hombros, pero igual estaba linda, ella era bellísima. A mi padre que usaba su pelo largo y peinado hacia atrás, el barbero lo dejó con el cabello bien corto y los "chifles de Lorenzo" quedaron bien cortitos, casi al ras de su cabeza. Ella parecía una actriz de cine con su vestido rosado de falda amplísima con el largo a media pierna y sus zapatos de tacones en color rojo. Papá aprovechó para tomarle una fotografía, porque estaba muy bonita. Si que era bella mi madre.
    Llegaron el señor Bell y su esposa Bertha, Berselius y señora, Adolf y señora y el señor Billy el  único soltero, era un hombre de gran estatura, cuya piel llena de pecas, le ganó el mote de Billy el pinto. Estaban todas las parejas amigas de mis padres. Recuerdo que las mujeres estaban muy elegantes, la señora Bertha lucía un lindo vestido verde también de falda muy amplia con cinto que le hacía ver su cintura pequeña, ella era alta y rubia, su cabello lucía un paje y flequillo. Mi tía Maruja decía que parecía una escoba para limpiar los techos. Todas estaban lindas, solo la señora Berselius, era gorda y caderona, pero estaba muy bonita con su vestido negro y bolero rosa, su cabello rubio, corto y ensortijado, ella tenía unos lindos ojos azules que la hacían ver muy tierna, luego de tomar muchas fotografías se fueron todos.
      Esa noche no quería dormir esperando la llegada de mis padres, como siempre mi hermana y yo comentamos antes de dormir. 
     - ¿Quién crees que era la más bonita de todas?
     Le pregunté. No hacía falta esperar la respuesta, estuvimos de acuerdo en que nuestra madre era la más bonita y reímos etiquetando a las parejas amigas de nuestros padres, a la escoba de limpiar techos, la enorme frente de la señora Amanda Adolf, las nalgotas planas de la madre de Goldie... hasta que la tía Maruja nos mando al silencio no sin antes ella también reírse mucho de las etiquetas, después de todo ella las inventó. Mientras esperaba escuchar que el llavín de la puerta sonara anunciando la llegada de mis padres, como siempre mi prolífica imaginación se fue a volar. Imaginaba la fiesta, la música, y las parejas bailando, no me quedaba ninguna duda, los mejores bailarines eran mis padres y los imaginé en el medio de un gran salón dando giros rápidos de una manera tal, que la amplia falda del vestido rosa de mi madre se abría como paraguas, mientras ellos felices y enamorados sonreían. Esa puerta no sonó, ni mi prolífica imaginación, ni mis ojos soportaron mas tiempo y se ce...rraa...ron.
    Al despertar en la mañana, ya el sol estaba alto, era domingo y nos dejaban dormir hasta tarde, luego del baño fuimos al comedor a desayunar. Ya mis padres estaban sentados tomando su café. A nosotras nos sirvieron chocolate y ese sabroso pan hecho en el horno de la cocina nueva, el regalo explosivo. No bien terminamos y ya mis amigas me llamaron a jugar, salté rápido y me detuvieron en seco.
    - Heeeey! ¿A dónde crees que vas? venga a recoger la mesa!
    Tronó la voz de mi padre. Me tocaba llevar los platos a la cocina. Uf! ese no era un trabajo pesado, pero cuando quería ir a jugar me parecía una esclavitud. Ya pronto cumpliría siete años y me asignaban tareas en la casa, a pesar de que casi siempre estaban con nosotros mi tía Maruja, Jesusa y Doña María haciendo labores en la casa y ayudando a mi madre, pero a mi padre le gustaba la disciplina y parte de eso era cooperar con los quehaceres de la casa. Cuando entré a la cocina con los platos... Oh! sorpresa! y grité
    - Papaaaá! venga usted a ver!
    El espectáculo lo presenta el vecino Mikael o Mica como le decíamos, de tres años de edad estaba jugando con el regalo explosivo, el encendido automático de la cocina era atractivo para ver encender las hornillas de llamas azuladas y a él le parecía divertido el sonido o fua! que producía al encender y apagar todas. Mi padre lo regañó y lo tomó en brazos, colocado sobre sus hombros amenazó con lanzarlo por el patio a casa de su madre, quien cargaba en brazos a Mireille una linda y llorona bebé, todos reímos con lo gritos de Mica. Nadie pudo evitar las nalgadas al travieso Mica, acompañadas de la consiguiente frase de la madre: "garsón de la merzda".
    Terminada mi tarea corría a casa de Goldie, el juego del día era jugar a las señoras, subimos y en su cuarto nos disfrazamos de nuestras madres, todas tomamos a escondidas los tacones y collares, nos peinábamos unas a otras, e imitábamos sus maneras de hablar y conducirse. El juego acabó en pelea cuando todas discutíamos sobre cual era la más bonitas de las madres, aunque todas estuvieron bonitas, para cada una de nosotras sola una era linda, la nuestra. Goldie nos echó de su casa, le dijeron gordota a su madre y escoba a la de Rossalin. A mi madre le dijeron enana y me ofendí, mi madre no era alta como la señora Bertha, pero no era enana. Tome los tacones de mi madre y me fui a casa, con tan mala suerte que me descubrieron cuando los guardaba. Me salió castigo. Según mi tía Maruja los lindos zapatos rojos de mi madre se "gambaron". Yo los gambé, sus tacones quebraron hacia atrás dañando el zapato (gambas refiere las piernas arqueadas como el signo paréntesis que caracteriza algunas personas)
    Hoy he logrado recordar estas vivencias de los años de mi infancia y mientras estoy aquí sentada en el comedor, al tiempo que escribo las notas de esta vivencia, observo el estante con las fotografías familiares y en especial, esa linda foto de mi madre que parece recordar conmigo el día del regalo explosivo. Ahí está mi madre en aquella fotografía que mi padre le tomara en el patio sentada junto al arbusto de caña, porque como dijo papá ella estaba muy linda. Está ahí plasmada para siempre con su hermosa sonrisa que ahora parece brindarme de manera especial. Me mira como lo hizo a la cámara aquél día, con su negrísimo cabello brillando por el destello del sol sobre  los risos del peinado que le hicieran los españoles. Luciendo su hermoso vestido de color rosado de amplísima falda, una hermosa cadena con medallón de oro colgando de su cuello ilumina su pecho, pulseras, arcillos blancos y aquellos lindos zapatos rojos antes de que yo los "gambara". Su sonrisa me dice que perdonó mi travesura y que al igual que yo, alguna vez a ella también se le ocurrió jugar con los tacones de Agustina y que sin querer también aquellos zapatos de la abuela se "gambaron".

La mas linda de todas
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